¡Si este ángel quien mora en el Cielo y lo puede todo, no desea ir al Infierno, cuánto mas yo!
Y
me recuerdo que en el sueño, me
arrodillaba en el suelo y le decía al ángel que yo tampoco quería ir,
pero, si esa era la
voluntad de Dios, estaba listo. Le
pedí que me ayudara a no estar impresionado con lo que tuviese que ver
allá.
El
me respondió que Dios quería que yo
observara los horrores de la condenación eterna, por causa de mi misión
de Sacerdote,
a fin de que pudiese predicar mejor
contra el pecado.
Y diciéndome estas palabras, me sujetó por la cintura y
de repente nos encontramos en el espacio volando por entre nubes pesadas y amenazadoras.
Tengo miedo, exclamé.
Y
me abracé con mi protector, cuya
fisonomía cada vez me abatía más. Noté entonces que, al contrario de
otras veces, íbamos
descendiendo. Y aquella sensación
desagradable de que iba a llevar una gran caída, me asustaba en cada
momento. Pensaba, de
instante en instante, que algún
obstáculo se presentara delante de nosotros y mi corazón estaba tan
pequeño como si fuera
a dejar de bombear. Esto se
acentuaba mas cuando entramos en una nube espesa, oscura, aterradora.
Tenía la impresión horrible
de que algo extraordinario estaba a
punto de suceder y comencé a llorar.
El ángel me abrazó con cariño y me dice:
No
temas nada. Estas con mi asistencia y tengo poderes de Dios para protegerte.
Y queriendo distraerme un poco, añadió:
¡Mira
para arriba!
Fue entonces
que, por primera vez observé la Tierra distanciándose de nosotros.
Perdida en el espacio,
girando, vertiginosamente, y en la
proporción que descendíamos, ella se volvía cada vez menor.
Un
viento caliente
como si fuera de un horno comenzó a
soplar. Tenía los labios resecos, los ojos hinchados y las orejas
prendidas en fuego.
¿Mi Dios, qué será de mí? El ángel
no hablaba. Estaba serio y preocupado, continuaba sujetándome por la
cintura. Aquel su
brazo era el único alivio que
experimentaba en aquellas circunstancias.
Y la certeza de que habría de protegerme,
me daba aliento para continuar aquel misterioso viaje.
Pero en instantes escuché una voz que me parecía tan sobrecogedora,
tan cavernosa, como si fuese de asombro:
¡Estamos llegando!
Era el ángel anunciando que estábamos
próximos a la gran puerta del Infierno.
¿Porqué tu vos suena tan diferente? Le pregunté.
Es pura impresión
respondió él. El Infierno es así, las cosas son siempre muy pavorosas…
Y aquella voz, antes tan suave y delicada,
ahora parecía un sollozo del infinito.
¡Allí está la grande y amplia puerta del Infierno!
El
ángel me
apuntó para abajo, donde podía ver
una enorme ráfaga de humo negra, dejando trasparecer, por las rendijas
de las puertas,
un fuego aterrador, que parecía
consumir todo lo de adentro.
¿Será que el fuego está destruyendo el Infierno?
Pregunté.
¡No! Respondió el ángel. El fuego del Infierno es eterno y no se acaba nunca. Ni tampoco consume las
almas que moran allí. ¡Ellas son quemadas, mas no destruidas!
Nos aproximábamos cada vez más a la puerta grande.
Ahora
disminuía la velocidad de nuestro
descender y podíamos ver claramente por las pasaduras de la puerta, el
fuego caliente y
voraz de infelicidad eterna.
Llegamos.
Aquí, todo es fácil dice el ángel. Entra sin ninguna complicación,
acaba de hacer la señal.
Además, no precisa, que ya están ahí en la sala de espera. Piensan que somos condenados.
Miré
para un lado y me encontré con más
de un centenar de demonios. Espectáculo horrible, que no quería
describir.
Eran
como grandes hombres, con colas y
cuernos, trayendo en las manos, unas grandes rastrillos tan caliente
como si fueran de hierro
incandescente. Cuando abrían la
boca, dejaban salir llamas de fuego por entre los dientes y los ojos
estaban abiertos de par
en par casi fuera de órbita. Sus
brazos se extendieron y las manos parecían abordar la celebración de la
terrible arma.
Agarré
fuertemente a mi compañero,
sintiendo la calentura de una de aquellas feas bocas abiertas junto a mi
rostro, cuando una risa
infernal, histérica como de un loco,
se hizo oír por las quebradas del Infierno. Parecía un trueno
retumbando por la eternidad.
¿Qué
es eso? Pregunté asustadísimo.
Es la señal que ellos dan cuando llegan almas para su reino. Esta risa horrible
es de satisfacción que ellos sienten en su triunfo pasajero en contra de Dios.
Cuando
así me explicaba, el ángel
puso su espada de oro y apuntó para
los demonios aglomerados delante de nosotros, exclamando:
Vine de parte de
Dios, váyanse enseguida.
Al
escuchar el nombre de Dios, los diablos se habían ido, con gran alboroto
y relinchando
de rebelión, dejando cada uno tras
otro, un rastro de fuego, dando rugidos que agitan las puertas de la
entrada infernal.
Ahora
estamos solos. Nadie nos molestará. Lee aquella inscripción.
Obedeciendo la indicación de mi protector, levanté
los ojos para lo alto de la puerta del infierno y leí estas palabras:
"¡Ustedes que entran aquí, dejen afuera
todas sus esperanzas porque nunca mas saldrán de aquí!"
Esta leyenda está escrita en letras de fuego y solo pensar
en el destino de los condenados al fuego eterno, me estremecí de horror.
¿Vamos a entrar? Me invito el ángel.
Cuando
miramos para la puerta, vimos que
estaba completamente descascarada. Adentro ya, un cuadro horrible se me
presentó ante mis
ojos. Eran unas almas envueltas en
grades hogueras, cuyas llamas devoraban amenazadoramente, las paredes
tétricas de la cárcel
de Infierno. Me fui aproximando,
lentamente, completamente asombrado, aquellos infelices que proferían y
rugían como fieras
embravecidas. Delante de mi espanto
me dice el ángel:
Eso aquí no es nada. Estamos en el primer grado de condenación
eterna.
Y marchando mas rápidamente exclamó:
Ven conmigo.
Atravesamos
un mar de fuego,
donde los demonios histéricos daban
risas de locos, abriendo aquellas enormes bocas cerca de mi cara,
dejándome temblando
de pavor. Un aliento caliente salía
de sus entrañas, viniendo a borbotones una fumarada fétida, congestión,
más todavía, los
infelices.
El ángel me mostró un
departamento de los que estaban todavía esperando el grado de
condenación que Lucifer,
el jefe del Infierno les daría
dentro de pocos días. Ví en estas almas una fisonomía pavorosa de
sufrimiento. Ímpetu de revuelta,
una constante proliferación de
improperios salían de sus bocas ardientes. Allí se escuchaba llanto y
más adelante, el desespero
que oímos de rencor. Millares de
demonios robustos, armados con rastrillos, empujaban a estas almas para
el interior de un
oscuro agujero donde solo había
llanto y rechinar de dientes.
Cerré los ojos para no presenciar más aquel doloroso
espectáculo y fui amparado por mi amigo que se aproximó a mí. Me confortó:
Dios quiso que vieras estas escenas,
pero nada sufrirás.
¡Pero yo no soporto eso! Exclamé.
Y salimos los dos para un lugar mas calmado.
Quiero
mostrarte diversos castigos
impuestos a las almas de acuerdo con la calidad de los pecados de cada
criatura.
En
este momento pasaron dos demonios
terribles dando risas que parecían retumbar de fuertes truenos.
¿De dónde vienen
ellos? Pregunté.
Vienen de la Tierra. Fueron a buscar un moribundo que acaba de morir. No quiso confesarse y murió
en pecado.
Y, apuntándome para la infeliz criatura dice:
¡Mira quien es él!
Cuando
miré,
me encontré con uno de mis amigos
que, realmente, estaba enfermo en la Tierra. Cuando me vio, abrió los
ojos, rechinó sus
dientes y se contorsionó
convulsivamente, revolcándose en el suelo caliente del infierno,
dejándome temblando de agonía y
miedo.
Quedé impresionado con la muerte y la condenación de mi amigo.
Si yo estuviese en la Tierra, habría
conseguido confesarlo.
Imposible, dice el ángel. Rechazó la gracia de Dios y fue despreciado a sus propios destinos.
Llegamos, finalmente, a un lugar descampado, donde el ángel me mostró varias especies de sufrimientos.
En
nuestro pasaje, rostros contorcidos
por la amargura de dolor parecían querer devorarnos con sus ojos. Los
brazos descarnados
por el fuego se extendían hacia
nuestra dirección. Cómo pedir socorro que no podíamos dar. Comencé a
sentirme mal en aquel
ambiente de sufrimiento y abracé al
ángel, llorando convulsivamente.
¿Tienes miedo?
Tengo, sí.
Sobretodo
pena por estas almas. Pienso en
porqué fue que se condenaron. ¿De quién sería la culpa? ¿De ellas
propias?
¡En
tu pregunta, leo tu pensamiento…se lo que quieres decir!
Si querido ángel. Pienso en la gran responsabilidad
de los Sacerdotes. ¿Muchos se pierden por nuestra negligencia, no es verdad?
Realmente, pues no.
En
el Cielo, no me quisiste mostrar el
lugar de gloria de los padres. ¿Será que vas a mostrarme aquí su
condenación?
Fue
una orden que recibí de Dios.
Mostrarte el lugar donde están las almas de los padres que no se
salvaron.
A medida
que marchábamos, el espectáculo de horror iba creciendo. El ángel me dice:
Recuerda
que este sufrimiento aquí
es eterno. En le Purgatorio todavía
hay esperanza de salvación. Pero aquí, todo termina con la entrada del
condenado a esta
ciudad maldita.
Y volteándose rápidamente para mí, añadió:
¿Pero,
sabes cuál es el mayor sufrimiento
en el Infierno? Es la ausencia de
Dios. El saber que existe una felicidad suprema, un lugar de
tranquilidad donde todos nuestros
deseos son satisfechos, un lugar de
gloria, donde no hay dolores ni lamentos, para el cual fueron todos
creados, sin poder,
nunca más, salir de aquí. Y lo peor
todavía es que las almas condenadas saben perfectamente que están aquí
por libre y espontánea
voluntad. ¡Dejar al Cielo por este
sufrimiento eterno!
Así pues, ¿La ausencia de Dios es todavía peor que eso?
Y,
sí. Este sufrimiento es impuesto por
el propio pecado. Recuerda, por lo tanto, que el hombre fue hecho para
Dios, pues Dios
es su último fin. ¡Y no tienen a
Dios! Siempre tendrán ese eterno deseo, esa eterna insatisfacción.
Íbamos caminando.
El
ángel me mostró una gran cantidad de espinas.
Son almas me explico. Es una especie de sufrimiento. ¿Quieres ver?
Y,
aproximándonos retorcidos cuernos en
el suelo, uno de los capturados se partió el cuerno por el medio.
Dios mío,
¿qué ví?
La sangre corriendo
de aquel cuerno partido, gotereando en el piso, una sangre caliente,
oscura, gruesa,
y luego un gemido lastimoso y
profundo parecía salir de aquellos cuernos recubiertos de espinas,
moviéndose, misteriosamente
en el suelo.
Este sufrimiento esta reservado para las personas que, en vida, pecaban humillando y despreciando
al prójimo, dice el ángel.
Y continuó su presentación, al mismo tiempo que explicaba los respectivos sufrimientos.
¿Ves
este mar de lodo?
Lo veo, sí.
Son almas transformadas en lodo…Aquí en el Infierno es así que
el pecado de las bajezas, de las hipocresías, de las traiciones es castigado.
Ví, enseguida, un enorme tanque,
conteniendo una gran cantidad de plomo derretido.
¡Son las almas de los ambiciosos!
Más adelante,
aquel depósito de oro gigante incandescente:
Las almas de los ricos y avaros son castigadas aquí, siendo transformadas
en oro derretido.
Ahora, vamos atravesando un río de sangre.
¡Son almas de los asesinos!
Hasta
que llegamos a un lugar exquisito,
donde el ángel paró, ¡diciéndome que yo iba a ver lo que jamás pensaba
ver!
Es
un lugar de misterio dice el ángel.
¿Qué misterio?
Un lugar misterioso, diferente a los otros, donde
están las almas predilectas de Satanás…
¿Las almas predilectas de Satanás? ¿Quiénes son ellas?
Predilectas
de Satanás y de Dios también…
Yo estaba jadeante, con una respiración de desespero, sin saber de que se trataba.
En cuanto el ángel seguía su explicación.
Estas
almas son escogidas por Dios para un lugar destacado en el Cielo.
Pero Satanás con envidia, las desea
más que a otras y manda legiones de demonios para la Tierra para
buscarlas. Ellos tienen
orden de Lucifer de emplear todos
los medios para que se pierdan.
Pues, ¿por qué no me dices quienes son esas
almas?
Porque las vas a ver dentro de poco.
Y,
apuntándome para unas nubes de fuego, me mostró algunos
demonios que viven en agonías
horribles, acompañados por las vociferaciones proferidas de una alma que
no podía saber quien
era.
¿Qué alma es esta? Pregunté.
¡Pobre
alma! Exclamó el ángel. Alma querida de Dios, hecha por Dios
para salvar al mundo, para dar
santos al mundo y, ahora, aquí se quedará eternamente sin poder gozar de
la gran recompensa
que Dios le había reservado.
Querido ángel, dime, ¿de quién se trata?
Su lugar estará vacío por siempre
en el Cielo. Jamás será ocupado por otra alma.
Y los demonios pasaron por nosotros, dejándonos envueltos en una
nube de fuego que los cercaba con su preciosa presa.
Ahora
vas a saber de quién es esta alma. Ellos van a abrir
la cárcel de esta infeliz criatura.
¡Ella estará junto a otras compañeras de eterno infortunio! Ves, están
abriendo la puerta.
Mis
ojos estaban pegados a la gran
puerta, delante de nosotros. Mi corazón pulsaba tan fuerte, que no podía
permanecer de pie.
Mis piernas temblaban, estaba lleno
de gran pánico hasta que sentí desvanecer mis fuerzas. Le aseguré al
ángel diciendo:
Me
voy a desmayar…
No, dice el ángel.
¡El poder de Dios te dará la fuerza porque todavía veras otra cosa
peor!
Y, caído en el piso
caliente del Infierno, a los pies de mi protector, fui siguiendo los
movimientos de
los demonios, abriendo aquella
cárcel de misterio. Un estruendo horroroso sacudió toda aquella sala
inmensa, hasta el final,
de sus puertas descascaradas.
En este momento, levantándome por el brazo, me dice el ángel:
¡Mira las
almas que están adentro!
¡Las miré! ¡Mi Dios, que aflicción, que dolor tan profundo tenía todo mi ser. ¡No puedo
creer lo que veo!
Y, mirando fijamente aquellos animales horribles, aquellas bestias horrorosas, en contorciones
y espasmos horripilantes, exclamó el ángel:
¡Ahí
están ellas! Son las almas de todas las madres que se condenaron.
Las almas predilectas de Dios, las
almas queridas de Dios, aquellas por quienes Dios tenía más
predilección. Ellas, las almas
de las infelices madres que no
supieron ser madres, que despreciaron el gran privilegio de la
maternidad, que descuidaron
a sus hijos, dejando que muchos se
perdieran por causa de su negligencia.
Yo miraba, atónito, aquel
espectáculo
tenebroso, en el que asquerosos
demonios, amenazadores como perros furiosos, se arrojaban sobre aquellas
almas transformadas
en insectos, como para querer
devorarlas, espetando las puntas de sus rastrillos incandescentes.
¡Pobres madres!
Pensé. Es así que ellas, las descuidadas, son condenadas por el
Descuido
en que vivieron. Las madres, las que fueron
elevadas a la misma dignidad de
Nuestra Señora, más no quisieron escuchar la voz de Dios que las llamó
para desempeñar tan
alta misión.
Mientras yo
estaba tan absorto en mis pensamientos, ví a otro grupo de demonios que
arrastraban otra
madre que entró en la condenación
eterna. Fue entonces que levantando los ojos pude leer en el techo de
esa horrible prisión,
las siguientes palabras, como un
macabro homenaje a las madres que estaban allí.
"¡Estas son nuestras colaboradoras,
en la gran obra de perdición del mundo!"
Viéndome leer esta inscripción, interrumpió el ángel.
Sí,
porque si todas las madres fuesen
santas, piadosas y educaran cristianamente a sus hijos, el mundo no
sería tan malo. No habría
juventud pervertida, ni la juventud
de hoy en día se vería amenazada constante a la subversión del orden.
¿Esto
significa que la santidad del mundo se debe, exclusivamente, a las madres? , Le pregunté.
Exclusivamente, no, respondió
el ángel.
Y haciendo hincapié en las palabras, añadió:
Casi exclusivamente. Digo esto porque hay otra
clase de personas a las que Dios confió la salvación de las almas y la santidad de la vida.
¿Los sacerdotes? ,
Le pregunté.
Sí, Dios les
confió la salvación del mundo a las madres y a los sacerdotes. Por lo
tanto, le reservó
los mejores lugares en el cielo, así
como Lucifer les reserva el mayor sufrimiento en el infierno.
Y una pregunta
que constituye un verdadero reto para mí:
¿Quieres ver dónde están las almas de los sacerdotes que no se salvan?
¿Tienes valor?
En ese momento, estaba mudo del terror. Una extraña angustia y sentí una sensación que iba a caer
en un abismo.
¡Si esta es la voluntad de Dios, exclamé, deseo ver a mis hermanos en el sacerdocio!
¡Por
lo tanto, debemos salir de aquí
replicó el ángel. Las madres y los padres están en el mismo pie de
igualdad de sufrimiento
en la condenación eterna. ¡Ves que
la puerta que se está abriendo!
Entonces oí el crujido de las
bisagras que giraban
en sí mismas, mientras que dos
bandas de las puertas se abrían para el paso a otro sacerdote que estaba
llegando al Infierno.
Un
cuadro impresionante que ví en este
sueño, lo daría todo para terminar lo antes posible. A través de muchos
cuerpos sin cabeza,
sin piernas, sólo el tronco, pasando
de unos invisibles brazos extendidos, por algo que no estaba allí.
¡Es
el
deseo de Dios! dijo el ángel. No
tienen piernas, porque ellas le fueron dadas para que caminasen por el
mundo, en la faena
gloriosa de la predicación del
Evangelio a todos los pueblos. Como utilizaron su caminar al servicio
del mal, aquí tienen
que moverse sin piernas. Y no tienen
cabeza, porque Dios les dio ojos, oídos, boca, nariz, cerebro y el
pensamiento para ser
aplicados en la conquista de las
almas al servicio de la regeneración del mundo y la restauración del
reino de Cristo.
A
través de la palabra y de
pensamiento, los sacerdotes deberían santificar a toda la humanidad.
Como no hicieron la voluntad
de Dios, a pesar de ser llamados por
Él a la noble misión, en el infierno son castigados por separado: los
cuerpos de un lado,
como acabamos de ver y la cabeza de
otro, las piernas juntas. Cosa monstruosa. ¿Quieres ver?
Y el
ángel me llevó
a un lugar oscuro donde el humo
tenía un aborrecido olor de carne humana quemada. Estábamos caminando.
De repente, se reunieron
horribles monstruos. Eran cabezas en
las que se veían ojos brotados y bocas desmedidamente abiertas,
queriendo pronunciar
palabras que no salían.
Inmediatamente, en relación con estas cabezas, dos piernas que se
movían, sin abandonar el lugar.
Y
los demonios que se divertían con la
posición de aquellos monstruos lisiados envueltos en llamaradas de
fuego que devora,
quema, mientras que grujidos de
animales amordazados se escuchaban en aquella sala fétida y
congestionada. Era el lugar más
caliente que encontramos en el
Infierno.
Y pensar el ángel dice, que estas almas son hermanas en
Cristo son otros
Cristos. Y pensar que, en el cielo,
las almas de los sacerdotes son más veneradas que a la Virgen, la Madre
de Dios. Y pensar
que en el cielo, los sacerdotes de
Dios, viven juntos, disfrutando de su propia gloria, porque a ellos se
les encomendó la
continuación de la gran obra de
redención de la humanidad. ¡Aquí están ellos, los Sacerdotes que se
condenaron...!
De
repente, un monstruoso demonio, cerca de mí, tocó una trompeta.
Vamos a ver qué Lucifer va a decir observó el ángel.
Debe ser una orden que va a dar.
Escuché
el sonido estridente de la trompeta, que resuena en todo el Infierno,
miles
de demonios allí se presentaron, en
unos instantes, y como predijo mi protector, oyó que el diablo jefe de
aquel bando, dar
las siguientes instrucciones:
Sabía
que la potencia máxima que impulsa todos los demonios del infierno que
hay
en la Tierra, un niño de doce años,
que será santo, si continúa en el camino que va. No podemos permitir más
este tipo de
victoria... (y aquel demonio no
pronunció el nombre de Dios, pero todos entendieron, con un rugido
aterrador que rodó por
el espacio sin fin del Infierno).
¡Tenemos
que conquistar el alma para nosotros, continuó Satanás, para nuestro
fuego! (Esta vez, se oyó una risa
frenética, lo que refleja la satisfacción infernal de aquellos
demonios). Nuestro trabajo
siguió diciendo el demonio, será
hacer que aquel niño compre muchas revistas maliciosas, ir a todas las
películas en los cines,
asistir en todas las novelas de
televisión, ver todos los programas, hacer amistades con elementos que
ya son de nosotros.
Debe
desobedecer, a menudo a su madre,
huyendo de la casa y caminar por las calles de aprendiendo lo que
todavía no conoce. Tenemos
que hacer también un servicio junto a
su madre que es muy piadosa. Ella deberá asistir a las fiestas a fin de
dejar al niño
más a su voluntad. Debemos emplear
todos los medios para asegurar que este chico se pierda, porque está
escrito que va a morir
pronto a causa de una operación que
se va a someter, dentro de unos días. (Nueva risa histérica se oyó en
todo el Infierno.)
Ese chico debería perderse dice el
diablo, ésta será nuestra más importante conquista.
Ordeno, en el
nombre de
Lucifer, que salgan todos ustedes (y
eran miles los que estaban allí) a la Tierra inmediatamente. Cuando
exista en la calle,
un niño de nuestro rebaño, procuren
hacerlo amigo del que queremos para nosotros, utilizando para ello todos
los medios. Busquen
cual es la mejor manera de comenzar
desde su casa, hagan que alguien le de con una pelota, para que se una a
los niños de
su calle, que ya son nuestros, para
jugar al fútbol, donde aprenden todo tipo de malas palabras e
inmoralidades. Ahí es que
tienen que quedarse ustedes, en
medio de esos niños de la calle, sueltos, sin madres, esto es, cuyas
madres también son nuestras,
para que se pierda esta presa de
nuestro enemigo común... (¡Nueva explosión, con chispas y truenos!).
En este
punto, me desperté, gracias a Dios.
Me
senté en la cama rápidamente. Era el amanecer y el sol estaba saliendo.
Estaba atontado de la agonía,
aterrado con el sueño, una verdadera pesadilla. Me arrodillé y recé. Oré
mucho a Dios, una oración
que yo solamente se rezar,
pidiéndole sobre todo que me librara de estas pesadillas.
Después,
la proporción se
iba calmando, recordé que debería
pedir una Misa y debería ser de esto mismo por la intención de aquel
niño, que yo no sabía
quien era, pero que Dios bien lo
sabía. Celebraría Misa por aquella criatura y por su madre pidiendo a
Dios que les diera
las fuerzas para no sucumbir en las
tentaciones de los millares de demonios que habían salido del Infierno
para tentarlos
aquí en la Tierra.
Y fui a celebrar mi Misa.
Cuando llegué a la sacristía, una señora, muy amiga mía,
se aproximó y me dice:
Padre,
hoy es el cumpleaños de mi hijo, Roberto, su alumno. Vine a preguntarle
si sería posible
celebrar esa Misa por él. Está
necesitando muchas oraciones. Últimamente, está desobedeciendo varias
veces. Ha hecho amistades
en la calle, con las que no estoy
satisfecha. Inventó un fútbol, en la equina, juntándose a una media
docena de chicos y he
notado muchos cambios en él en éstos
últimos días. La semana pasada, comenzó a sentir unos dolores en la
pierna derecha. Lo
llevé al médico que descubrió una
hernia ya avanzada, tienen que operarlo. Hoy es su cumpleaños. Hay
padre, ¿podría celebrar
la Misa por esa intención?
Yo meditativo, vago, impresionado, abrí los labios y balbucee:
Pues no…mi
señora…voy a celebrar por él…
Y viendo mi confusión, mis palabras entrecortadas, preguntó la señora:
Padre,
¿está enfermo?
A lo que respondí;
Estoy,
mi señora. Estoy enfermo…Pero, quede tranquila
que haré la Misa por su hijo, por mi
alumno Roberto, y él volverá a ser el que siempre fue: un hijo piadoso,
obediente, ¡santo!
Comentario:
El Infierno
La Sagrada Escritura habla de la realidad del Infierno. Nuestro Señor Jesucristo habló más sobre el Infierno
que del Cielo.
El dogma de la fe de nuestra Santa Iglesia que las almas de los que mueren en estado de pecado mortal
van hacia el Infierno.
El infierno es un lugar en estado de desgracia eterna en el que se hayan las almas de los
reprobados, esto es, condenados.
La
Sagrada Escritura es rica en pasajes sobre el Infierno. Segunda de
Daniel
12, 2 los impíos resucitarán para
eterna vergüenza y oprobio. Lea aún más en Judit 16, 17 y compare con
Isaías 66, 24. También
trata de esa terrible verdad, el
Infierno, el libro de Sabiduría 4, 19 conforme 3, 10; 6, 5 ss.
Nuestro
Señor amenaza
a los fariseos con el castigo del
Infierno (Mateo 5, 22.29-30; 10, 28; 18, 9; 23, 15.33: Marcos 9,
43.45-47). Nuestro Señor
afirma clara y categóricamente que
el Infierno es un suplicio eterno, fuego eterno, fuego que no se
extingue. (Mateo 25, 41;
3,12; Marcos 9, 43; Mateo 13, 42.50;
Mateo 25, 46).
Lugar de tinieblas (Mateo 8, 12; 22, 13; 25, 30).
Lugar de
llanto y rechinar de dientes (Mateo
13, 42.50; 24, 51; Lucas 13, 28). San Pablo da el siguiente testimonio:
"Esos (los que
no conocieron a Dios ni obedecieron
el Evangelio) serán castigados a la eterna ruina lejos de la cara del
Señor y de la gloria
de Su poder (II Tesalonicenses 1,
8-9, conforme Romanos 2, 6-9; Hebreos 10, 26-31). Segundo Apocalipsis
21, 8 los impíos tendrán
su parte en el tanque que arde con
fuego y azufre y allí serán atormentados día y noche por los siglos de
los siglos (Apocalipsis
20, 10 conforme II Pedro 2, 4-6 e
Judas 7). Da testimonio unánime de la realidad del Infierno, los padres
de la Iglesia (discípulos
los apóstoles y sucesores) y
mencionamos apenas el santo mártir Ignacio de Antioquia, segundo sucesor
de San Pedro en Antioquia
que así mismo escribió: "Todo aquel
que por su pésima doctrina corrompa la fe de Dios por la cual fue
crucificado Jesucristo,
ira para el fuego que no se extingue
y a todos los que le escuchan" Que palabras terribles, que destino
terrible, para los
heréticos y apostatas que niegan la
doctrina católica, que dejan la verdadera y única religión: La Católica,
cometen una locura
de fundar una nueva "iglesia" para
sustituir la instituida por Nuestro Señor. Santo Ignacio dice: Para los
heréticos, apostatas
y los que les siguen. Procuremos oír
los sabios consejos de San Judas (Judas 17-24).
No nos olvidemos
que es dogma
de fe que el Infierno dura por toda
la eternidad. La palabra griega aionios, que se traduce "aquello que no
tiene fin" refiriéndose
a la eternidad del Infierno es la
misma utilizado para hablar de la vida eterna (Juan 3, 16), para hablar
de la eternidad
de Dios (Romanos 16, 26).
Intencionalmente Dios usó esa misma palabra para hablar del Infierno
(Apocalipsis 14, 11).
Aionios
no tiene significado doble. Sí ella
nos revela que Dios es eterno y que lo que recibimos, si perseveramos en
la fe católica,
es eterno, entonces debe significar
que el Infierno también es eterno.
¿Por qué existen personas que
no creen
en la existencia del Infierno? La
negación de esa verdad no es un problema intelectual y si moral. En
verdad son personas
que no quieren cambiar de vida.
Quieren vivir esclavizadas a los pecados de la carne y después ir para
el Cielo. Ya decía
Charles Baudelaire: "La mas bella
astucia del diablo esta en el hecho de persuadirnos de que él, el
diablo, no existe" y consecuentemente
también que el Infierno no existe.
Se
habla tan poco sobre del diablo, sobre el Infierno, sobre la muerte.
Son
los falsos profetas que tienen miedo
de hablar de esas cosas y viven, ni un segundo la Palabra de Dios, pero
si con ideas
planteadas por la mentalidad
dominante.
Nuestro Señor, repetimos, habló mas sobre el Infierno que
sobre el Cielo,
la Eucaristía, la Virgen Maria,
porque El, que es Todo Amor, quiere que los hombres tengan ese
conocimiento del terrible destino
en que pueden caer con su rechazo al
amor de Dios y la gracia salvadora que él les está ofreciendo.
Es
bueno aclarar
que las descripciones que la Biblia
hace del Infierno son apenas indicios y una sombra pálida de la
realidad.
Nuestra
imaginación es incapaz de retratar
de cualquier manera el horror del Infierno. Toda descripción sobre el
Infierno esta muy
lejos de la realidad. El Infierno es
infinitamente más terrible de lo que se nos revela en la Sagrada
Escritura y nos narra
el sueño de Monsenhor Eymard.
Una
buena confesión, una participación piadosa en las Misas dominicales, el
amor
a los hermanos, con buenas obras son
señales de verdadera fe en Jesucristo. Esa es la verdadera fe católica
que nos salva
del Infierno y nos lleva para el
Cielo. Hay dos caminos que llevan a la Eternidad: El Cielo o el
Infierno, ¿Cuál de ellos
escoge el lector?
Si quieren
ir al Cielo, arrepiéntanse de sus pecados y procuren hoy mismo un
Sacerdote piadoso
católico y haga una buena confesión y
nunca más se pierda una Misa los domingos – el Día del Señor.
Si el
lector rechaza creer en la realidad del Infierno, me resta recordarle las palabras de
Jesús:
"Loco, esta noche
te pediré tu alma…" (Lucas 12, 20).
Diácono Francisco Almeida Araújo
ORACIÓN
¡Oh
mi buen Dios que eres
todo amor, yo te doy gracias por el
don de la fe, doy gracias por Tu Santa Iglesia, doy gracias por ser
católico, doy gracias
por la esperanza del Cielo, doy
gracias por la Escuela de Amor que es el Purgatorio para prepararnos
mejor para las delicias
del Cielo y te pido: ten
misericordia de los pecadores y concede a Tu Iglesia un profundo amor a
las almas para que den testimonio
de Tu Evangelio con la palabra de de
la vida! ¡Amén!
La publicación en la Internet fue autorizada por
el Monseñor Eymard Monteiro
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