#310 – SACRILEGIO"Como en todos los sagrados misterios…
ninguno puede compararse con… la Eucaristía, así mismo no existe peor castigo proveniente de Dios al cual se le debe
temer para crimen alguno, que para el uso profano o irreligioso que hagan los fieles de aquello que contenga… el
mismísimo Autor y Fuente de santidad." – Catecismo del Concilio de Trento (De Euch., v.i) Quien comiere este pan, o bebiere el cáliz del Señor indignamente,
reo será del cuerpo y de la sangre del Señor [...], porque quien lo come y bebe indignamente se traga y bebe su propia condenación.]
Cor 11, 27-29.
Recibir la Sagrada Comunión en el estado de pecado mortal es el peor sacrilegio que puede
ser cometido.
Ningún crimen tendrá de Dios un
castigo más pesado. ¿Cuánto
mayor castigo pensáis que merecerá el que ha hollado bajo sus pies al Hijo de Dios, y ha tenido por inmunda la sangre del
pacto por la cual fue santificado, y ha ultrajado al Espíritu de gracia? Hebreos 10:29
Es precisamente debido al crimen de las Comuniones sacrílegas
que el Ángel de Fátima imprimió en los tres pastorcitos la necesidad de la reparación. Recordémonos sus palabras: “Tomad y bebed el Cuerpo y
la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres
ingratos. Reparad sus crímenes”.
Daniel
8:11 Se engrandeció hasta igualarse con el Jefe del ejército, le quitó su sacrificio continuo y
fue derribado el lugar de su santuario.
El Arzobispo Raymond L. Burke añadió que
"recibir indignamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo es un sacrilegio. Si lo hace
deliberadamente en pecado mortal es un sacrilegio". "Si una persona que ha sido amonestada persiste en un pecado mortal público y se
acerca a recibir la Comunión, el ministro de la Eucaristía
tiene la obligación de negársela. ¿Por qué? Sobre todo
por la salvación de la persona misma, impidiéndole realizar un sacrilegio".
2 Reyes
19:22 ``¿A quién has injuriado y blasfemado? ¿Y contra quién has alzado la voz y levantado con altivez tus ojos? ¡Contra
el Santo de Israel!
San
Antonio Mª Claret
Apenas hay
delito que más ofenda a Dios que el de la comunión sacrílega. Los Santos Padres lo demuestran con palabras y ejemplos asombrosos.
El que comulga en pecado mortal comete un delito mayor que Herodes, dice San Agustín; más horrendo que Judas, dice San Juan
Crisóstomo; más terrible que el que cometieron los judíos crucificando al Salvador, dicen otros santos. Y por todos añade
San Pablo: será reo del Cuerpo y Sangre del Señor; esto, dice la Glosa: será castigado como si con sus manos hubiere muerto
al Hijo de Dios, Es la comunión sacrílega un delito tan enorme, que Dios no espera a castigarlo en el infierno, sino que ya
empieza en este mundo con enfermedades y muertes; de modo que ya en tiempo de los Apóstoles, según San Pablo, muchos por sus
comuniones sacrílegas padecían gravísimos males corporales y otros morían. San Cipriano refiere de algunos de su tiempo que
lo mismo era recibir indignamente la sagrada Comunión, que hallarse acometidos de intolerables dolores en las entrañas, hasta
morir reventados. San Juan Crisóstomo conoció a muchos poseídos del demonio por causa de este delito; y San Gregorio Papa
asegura que en Roma hizo grandes estragos la peste que sobrevino, por haberse continuado en aquella ciudad las diversiones,
convites, espectáculos e impurezas después de la Comunión pascual; y lo mismo refiere de su tiempo San Anselmo, por haber
cumplido mal con este precepto. Se lee en la vida de San Bernardo que un monje se atrevió a comulgar en pecado mortal; pero,
¡cosa terrible!, apenas le hubo dado el Santo la Sagrada Hostia, reventó como Judas y como él se condenó eternamente.
Refiere el célebre P. Arbiol que había en cierto pueblo una
señora que en una fiesta muy solemne fue a confesar; y el confesor, hallándola en ocasión próxima voluntaria, le dijo que
no podía absolverla si no se apartaba primeramente de la ocasión, y que en aquel día no podía recibir la sagrada Comunión;
pero ella quiso recibirla sin hacer caso de lo que le dijo el confesor, y al momento que tuvo la sagrada Hostia en la garganta,
la ahogó, quedando muerta en la misma iglesia en presencia de mucha gente.
Gran número de casos de esta naturaleza podría referirte, no sólo antiguos, sino también modernos,
aunque al presente no suceden tantos, por causa, según creo, de que los buenos por temor se retraerían de frecuentar los Santos
Sacramentos; y Jesús, por el amor que nos tienen y para nuestro bien, prefiere dejar impunes visiblemente los sacrilegios
y que los buenos lo reciban con frecuencia, a que éstos no se atrevan a recibirle, atemorizados por los castigos de los profanadores;
pero si a estos últimos no los castiga visiblemente, ya lo hace invisiblemente con ceguedad de entendimiento, y con dureza
de corazón y con su abandono en este mundo, y después, en el otro, con las penas eternas del infierno. Encomiéndate a María
Santísima, para que te alcance los auxilios que necesitas para poder recibir con frecuencia y dignamente los Santos Sacramentos.
Y a fin de que conozcas mejor cuánto conviene recibir con buena
disposición los Santos Sacramentos y los diferentes efectos que causan, por conclusión te referiré otro caso que se lee en
las vidas de los Santos Padres: Había un Obispo muy virtuoso, que, habiéndosele avisado que dos personas vivían en trato ilícito,
suplicó al Señor se dignase manifestarle el estado de la conciencia de sus súbditos. Oyó Dios sus súplicas, y un día, después
de haber distribuido la sagrada Comunión a un gran concurso, vio que los unos tenían el rostro negro como un carbón, a otros
les centelleaban los ojos, y otros muy hermosos y vestidos de blanco. Repitió la súplica el buen Prelado, a fin de que Dios
le manifestase aquel misterio. Al instante apareciose un ángel, y le dijo: “Has de saber que estos que tienen el rostro
negro son los impuros y deshonestos; esos otros que les centellean los ojos son los avaros, usureros y vengativos; y los que
ves tan hermosos y vestidos de blanco son los que se hallan en gracia y adornados de virtudes.” Acudieron también a
comulgar las dos personas acusadas de trato ilícito, y las vio igualmente resplandecientes y hermosas, por lo qué pensó el
santo Obispo haber sido engañado; mas el ángel le dijo que era verdad cuanto le habían dicho de ellas, pero que habiéndose
apartado de la ocasión y hecho una buena confesión, les habían sido perdonados todos sus pecados, y con esto habían quedado
bien dispuestas para recibir la sagrada Comunión, la cual les había causado estos admirables efectos.
Por lo tanto, apreciable hermano en Jesucristo, por el grande
amor que te profeso, te suplico y encargo no vayas jamás a recibir la sagrada Comunión en pecado mortal; mas no te asustes
si en tan desgraciado estado te encuentras. Confiésate bien antes, y de veras arrepentido; excítate a muchos y fervientes
actos de humildad, confianza y amor, y comulgando con esta disposición quedarás lleno de los grandes y celestiales frutos
que causa la sagrada Eucaristía a quien la recibe dignamente.
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